Rosa Berbel
Tres poemas de Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018)
PLANES DE FUTURO
Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.
Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.
Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.
Tenemos casa, hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales,
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.
Tenemos cuarenta años y un país que no nos nombra,
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.
Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos,
una vida segura,
equilibrada.
Pero después del amor, de la rutina,
la propiedad privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.
SISTERHOOD
Para Alba,
mi hermana.
No sé si es suficiente con la rabia,
las múltiples aristas del carácter,
no sé si protegemos suficiente
la piel o la memoria de los abusadores.
Pero te digo hoy, que estoy despierta,
que prometo seguir tu cuerpo desde lejos
y no titubear ante las dudas
que sentirás mañana como si fueran propias,
únicamente propias,
como un error de cálculo.
Que te hablaré sincera con la sinceridad
de las desconocidas
de lo que hemos de hacer
para aprender la lengua de los hombres,
para encontrar refugios en sus mapas,
para dictar sentencias como nunca
y no y todavía
es pronto.
Nuestra victoria es
un consuelo discreto en los ojos de otras,
sabernos comprendidas y tristes
y amadas, tímidamente amadas
por las otras,
pedir perdón
cuando esto no nos
baste.
EL FINAL DEL VERANO
La infancia ha terminado.
En esta casa nueva,
no reconozco el orden de las cosas,
ni la lógica esquiva de la sangre.
Pero sé que hay lugares
en los que basta solo una palabra
para encender el fuego.